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Reflexiones a propósito del 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

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Hablar de 75 años de un evento es hablar de tiempo y de memoria. Más aún cuando se trata de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Un texto que vio la luz cuando todavía estaba reciente el horror de la Segunda Guerra Mundial. Leer el Preámbulo de la Declaración, que bien podría ser un texto de Adviento de los que leemos en estos días, nos reconcilia con lo mejor del ser humano.

Buscando la utopía. Esta escultura del belga Jean Fabre, ubicada en la P
iazza della Signoria de Florencia, es una tortuga dorada que porta un niño a sus lomos.  Foto de Emilio José Gómez.

1. El resonar de un texto

Fijémonos en estos dos párrafos del Preámbulo:

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para toda la humanidad y que se ha proclamado como la aspiración más elevada del ser humano el advenimiento de un mundo en el que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias…”

Si los contrastamos con textos de Isaías, encontramos en Isaías 4: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo”, o Isaías 11: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito. El ternero y el león pacerán juntos y un muchacho será su pastor… Nadie causará daño ni estrago”.

La música nos suena y, seguramente, también le sonaría a Eleonor Roosevelt que tenía conciencia consciente (en términos zubirianos) y dolor de lucidez. Ella dirigió la comisión encargada de la redacción del texto de la Declaración y a lo largo de todo el proceso soportó presiones, traiciones y zancadillas de todo tipo; sin embargo, no dejaba de pedir, cada día, en su oración mantener la visión de un mundo nuevo:

Padre nuestro que mantienes inquietos nuestros corazones y nos haces buscar lo que nunca encontraremos por completo; perdónanos por conformarnos con lo que hasta ahora hemos hecho. Haznos felices y, a la vez, que no perdamos de vista nuestro fin último. Danos fortaleza para cumplir nuestros propósitos, a pesar de que sean difíciles, y que cumpliremos gracias a Ti. Líbranos del odio y del orgullo; permítenos hacer el bien aunque nos sea difícil descubrirlo, ya sea porque no lo veamos o porque sus frutos permanezcan ocultos. Haznos ver la belleza en la sencillez de lo que nos rodea y haz que nuestro corazón descubra la bondad que no vemos en los demás al no intentar comprenderlos. Sálvanos de nuestro egoísmo y permítenos visualizar un mundo nuevo

2. Dos premisas y cuatro claves para crecer en la sabiduría de los derechos humanos

Si de mantener la visión de un mundo nuevo se trata, son necesarias dos premisas: conocimiento y respeto, precisamente porque, según el preámbulo de la Declaración, El desconocimiento y el desprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie para toda la humanidad.

Aquí me detendré en cuatro claves importantes:

Mantener la visión de un mundo nuevo

Para mantener la visión de un mundo nuevo, para seguir creyendo en lo “inédito viable” que diría Paulo Freire, es necesario constatar que hay un camino recorrido, apoyarnos en las personas y acontecimientos que son “mojones de utopía” y recrearnos en ellos de vez en cuando para tomar impulso. También hay que seguir alimentándose para “vivir y funcionar”, lo que hacemos desde el conocimiento y la mirada.

Atreverse a saber (sapere aude) o cómo alimentarse desde el conocimiento

Es importante atreverse a saber y saber atreverse, como dice Federico Mayor Zaragoza.

Una anécdota nos servirá para comprenderlo: En el Diario Oficial de Naciones Unidas, a continuación del texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos, había una petición a los Estados firmantes para que formaran a sus pueblos en el contenido y los principios de la Declaración, precisamente, porque un pueblo instruido en los valores de la paz, la justicia y la dignidad tendría más difícil levantarse contra otro que no lo fuera. La ciudadanía, consciente de sus derechos, difícilmente podría aceptar un atropello producido por otro individuo, por el mercado, o por el Estado.

Sin embargo, los Estados han ignorado esta petición y, en consecuencia, son muchos los ciudadanos no conocedores de sus derechos inalienables, ciudadanas y ciudadanos pasivos ante las violaciones de sus derechos, con miedo e incertidumbre con lo que ello conlleva de desconfianza hacia su vecino, su prójimo. No es casualidad que autores, como Víctor Renes, hablen de que en el momento presente asistimos a una gran desvinculación.

Es urgente, por tanto, atreverse a saber, tomar la iniciativa de buscar, leer, interrogarse y mantener despierto el espíritu inquieto que, como en el caso de Eleanor Roosevelt, tenemos sembrado en nuestros corazones. También es imprescindible saber atreverse, es decir, buscar donde hay señales de luz y autenticidad, buscar con audacia y con astucia porque remar a contracorriente es duro y cansado.

Atreverse a mirar (videre aude)

Una de las canciones más conocidas del cantautor Luis Pastor decía: “Vengan a ver lo que no quieren ver”, y es que hay espacios de invisibilidad por acción y por omisión. Atreverse a mirar, a “deslegañar” la mirada (valga la expresión) nos adentra en lo nuevo; también nos hace conscientes de nuestra forma personalísima de mirar y de ser mirados y miradas por el otro, nos hace perder el control de lo que miramos. Nos hace preguntarnos: ¿cómo me miran a mí los derechos humanos?

Apreciar los derechos humanos

Frente al desprecio a los derechos humanos, se trata de apreciarlos. Porque son preciosos y preciados. Porque cada persona es un ser único e insustituible. Apreciar los derechos humanos es apreciar los propios derechos humanos, los derechos humanos en uno mismo, en una misma y ejercerlos como parte de mi ser ciudadano, de mi ser ciudadana. Es reclamarlos, donde y cuándo sea preciso.

A esto se aprende, porque es un arte y, como todo arte, necesita artesanos y artesanas.

3. Justicia y Paz: escuela de artesanía en derechos humanos

Justicia y Paz, como fruto virtuoso del Concilio Vaticano II, no ha dejado de ser escuela de artesanía en derechos humanos. Lo fue cuando reivindicó la democracia y la amnistía en tiempos de la dictadura, cuando reivindicó la abolición de la deuda externa; lo es cuando pide políticas migratorias no excluyentes, cuando pide igualdad entre mujeres y hombres en la sociedad y en la Iglesia, cuando aboga por un medio ambiente saludable para los seres humanos. A pesar de su pequeño tamaño y de sus pocos recursos, Justicia y Paz nunca ha acallado su voz ante las vulneraciones en derechos y así seguirá mientras el (la) Espíritu, la siga sosteniendo.

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